Something is missing
He aquí la madre de todas las preguntas. He aquí la pregunta a la que no todas las personas adoptadas tienen acceso por la falta de información básica para siquiera empezar a contestarla. He aquí la respuesta interminable y en constante construcción.
Es una de esas preguntas que, si tienes la suerte de crecer dentro de una familia que respeta al niño y la persona que está enfrente de ellos sin intentar cambiarlo, no sin dificultades, podrás llegar a responder o al menos esbozar su contorno.
Cuando hablamos de adopción, sin embargo, nos enfrentamos ante una de las grandes incertidumbres en el desarrollo de la identidad que pueden llegar a experimentar las personas adoptadas, por la falta de esa información y de representación.
¿Y qué es la falta de representación cuando te ves forzado a crecer rodeado de personas que no se parecen a ti?
Es nada más y nada menos que la privación de poder verse a uno mismo fuera de la idea, imagen o papel que se supone que las personas adoptadas deben interpretar.
La visión que tiene la adopción es muy cerrada, restrictiva, que no deja espacio para otro tipo de vivencias ni el cuestionamiento de sus aspectos opresivos, incluidos padres adoptivos, trabajadores sociales, agencias de adopción y las entidades públicas que proporcionan las formaciones en adopción.
La cultura de la adopción se alimenta sola y es hora de hablar de como se nos representa en la sociedad. ¿Habéis oído hablar de las personas adoptadas fuera de la narrativa de la adopción que salva y está basada en el amor? ¿Habéis oído hablar de otra cosa que no sea la adopción como una forma más de crear una familia? ¿Alguien ha oído hablar sobre la adopción como evento traumático en la vida de un niño? ¿Alguien ha oído hablar de la abolición del actual sistema de protección de la infancia cuando hablamos de acogida y adopción? ¿Por qué será?
La realidad es que la falta de representación es la que impide que el cuestionamiento del sistema sea conocido por las mismas personas adoptadas y por la sociedad en general. Esto sucede precisamente por la retroalimentación polarizada y única que recibimos de la cultura de la adopción. Así sucede en el caso de la nula referencia a personajes adoptados, en el cine o las series, que no encajen con el agradecimiento total o el rechazo extremo y patológico al mundo adoptivo, incluyendo las películas de terror donde las madres de las personas adoptadas o estas mismas son caracterizadas como trastornados o entidades sin compasión.
¿Cuántas veces hemos visto que el personaje central sea una persona adoptada que critica el sistema? ¿O una trama en la que se cuestione este supuesto sistema de protección que separa familias? ¿O una historia que hable sobre reunificación sin demonizar a nuestras familias o sin poner en el centro los altos y bajos de las personas que deciden adoptar?
Hace poco fui al cine a ver “Madres paralelas”, de Almodóvar. Podía intuir que iba a tener una temática sobre adopción o intercambio de bebés. Al final resulta ser una cinta representativa de colectivos que en esta época y en otras no han sido tenidos en cuenta, como han sido el de las mujeres-madres trabajadoras, y en un segundo lugar, el de las personas que perdieron a sus familiares durante la Guerra Civil española. En esta película, las que ocupan un espacio primordial son aquellas que fueron dejadas atrás y que tuvieron que recomponerse tras todas estas pérdidas. Estas fueron las mujeres: parejas, madres, hijas y nietas de los hombres, padres, tíos y hermanos que fueron asesinados y desaparecidos durante el franquismo. Contar una historia como esta y empatizar con ella no nos resulta muy difícil, porque forma parte de la cultura y la historia de este país, donde la familia nuclear y tradicional ha tenido un peso muy importante.
Sin embargo, para hacer énfasis en lo que sienten sus protagonistas, se instrumentaliza un relato sobre adopción. Es posible que a primera vista no nos demos cuenta de lo que sucede, pero la crianza de la persona que no está relacionada de forma biológica con la protagonista es el hilo conductor que se utiliza para hablarnos sobre la pérdida y la memoria histórica. La empatía y la compasión que podemos sentir por esta persona adulta que no tiene referentes biológicos y a la que le faltan piezas de su propia biografía, es alentada a través de las narraciones de parientes y conocidos, a través de fotos, objetos y recuerdos sobre este antepasado que siempre ha sido anhelado y al que la mayoría de personas tiene acceso por haberse criado dentro de su propia comunidad y con todos sus familiares presentes de alguna u otra manera. Una familia como la de todas partes.
Y he aquí el quid de la cuestión. Estas mismas consideraciones no se muestran con la persona adoptada, que pasa totalmente desapercibida y solo es mencionada para hablar de como se siente la protagonista. Esta es solo una señal más de la negligencia y el poco cuidado con el que se tratan nuestras vivencias. Es irónico como en esta película se representa a estos colectivos a los que hago referencia de una manera exquisita, con una compasión y una lectura de la historia que termina con un plano final de los propios personajes puestos en el exacto mismo lugar de las personas desaparecidas. En cambio, esta empatía y saber ponerse en los zapatos del otro desaparece por completo cuando la persona adoptada es nombrada. Cuando la historia gira en torno a ella, las menciones son adulto-centristas, poniendo el foco en los sentimientos y las experiencias de la madre adoptiva, pero en ningún momento en los de la niña o el posible impacto de perder a su figura adulta de referencia y de cuidados, o de las consecuencias de la separación y reunificación con su primera madre. Estas referencias, por el contrario, sí que son tenidas en cuenta cuando esta madre adoptiva se ve desolada por la falta de validación de sus pérdidas y la ausencia de reflejo en relación a su propio padre al que nunca conoció o como le marcó no saber quién era su abuelo, desaparecido en la Guerra Civil.
He aquí mi pregunta, ¿por qué la separación familiar es usada en un sentido pero no en el otro? ¿Por qué las personas que son criadas por los miembros originarios de su familia obtienen este tipo de reconocimiento pero las personas adoptadas no reciben el mismo trato?
La separación familiar es usada a menudo y hasta la saciedad para evocar la simpatía y la empatía de los espectadores. Lo curioso es que este público parece comprender completamente el impacto de una pérdida tan profunda e íntima cuando está viendo una película o una serie, es decir, una ficción que no les toca de cerca. Sin embargo, en nuestro día a día esa compresión se pierde y se desvanece como la niebla y se convierte en algo más solido y parecido a una pesada lluvia de negación, empapada de condescendencia, falta de empatía, incredulidad, invalidación, ira y un largo etcétera. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué ha pasado entre ese momento de inmersión en la ficción y la realidad? ¿Qué nos impide ver la pérdida y la soledad que tienen que procesar las personas adoptadas y la invisibilidad en su entorno de crianza?
Arañando la superficie
Quizás, la expectativa y la esperanza estén en que en las películas o las series, la pérdida profunda de la familia se pueda arreglar en dos horas o temporadas máximo, donde el personaje principal acaba aprendiendo una valiosa lección, recibiendo además un bálsamo para su dolor y encontrando su final feliz. No obstante, la separación familiar en la vida real no funciona de esta manera y nunca lo hará. La pérdida no es una ficción de ciento veinte minutos o unos cuantos capítulos. Es un dolor de por vida que fluye y refluye. Muchas personas adoptadas acaban muriendo y las acabamos perdiendo por este motivo. El dolor de muchas de ellas a menudo se topa con este muro de invalidación y el paternalismo sobre como deberían sentirse en el mundo que les ha adoptado.
O quizás, cuando en la vida real alguien nos hable sobre la pérdida y lo corrupto de esta figura, nos enfrente con nuestro propio sistema de creencias, prejuicios o ideas preconcebidas sobre lo que es formar una familia, sobre crianza, la nuestra propia, o sobre otros modos con los que realmente contribuir a desmantelar estructuras opresoras que nos han beneficiado toda la vida: como es el privilegio de acceder al supuesto “derecho a formar una familia”, que se basa en el abuso de poder sobre nuestras primeras familias y las personas adoptadas.
Cómo vamos a responder a la madre de todas las preguntas cuando somos invisibles o constantemente invisibilizados por un sistema que favorece el privilegio de las personas que tienen más recursos que nuestras familias, que borra nuestras identidades para encajarnos en la familia adoptiva y la narrativa de la salvación. Cómo vamos a responder a esta pregunta cuando el objetivo no es la reunificación familiar, no son los recursos parentales o simplemente económicos para poder ser criados dentro de nuestro propio entorno, ni la prevención de la separación familiar o la educación en salud mental y las repercusiones psicológicas de esta a una edad tan temprana.
Esta comunidad que somos las personas adoptadas ha salvado muchas vidas, incluyendo entre ellas la mía. Lidiar con esta salida al mundo exterior con una nueva identidad y visión acerca de la adopción es traumática y re-traumatizante. Enfrentarse a las consecuencias de revisar lo ya vivido y darle un significado a la parálisis que es entrar a una nueva familia sin referencias de ningún tipo y la invisibilidad de nuestras luchas, no vienen solas. Durante muchos meses, incluido este, he sufrido de ansiedad y depresión, teniendo que lidiar con los síntomas del estrés post-traumático (C-PTSD) que producen revivir la separación y la pérdida de mi familia, además de los abusos y la crianza autoritaria dentro de una familia adoptiva que se supone debía cuidar de mí.
Este no es un camino fácil de recorrer, pero una vez que entras en él no puedes simplemente dar media vuelta. Dejar de habitar la superficie de las cosas o dejar de subsistir en piloto automático para comenzar a vislumbrar la persona que podría haber sido o que quiero ser, para mí ha significado empezar a vivir, no solo mi verdad, sino mi propia autenticidad, dejando atrás lo que ya no me sirve. Haber empezado a navegar estas aguas es mi nueva realidad y es algo de lo que no me arrepiento. Elegiría este camino una y otra vez.
Aún queda mucho camino por recorrer con el público en general, pero este dolor no se resuelve en dos horas. Para muchos, es de por vida y solo sé que esa empatía y compasión se podría utilizar de forma consciente y deliberada para escuchar a las personas que deciden compartir su historia y contar por qué cuestionan el sistema y sus herramientas, ese que se usa en pos de “formar tu propia familia”, con una visión donde las personas adoptadas son estigmatizadas si no se adhieren a la visión positiva de la cultura de la adopción.