Mi herida

Este es tu lugar

CARTA III

A mi yo de siete años

Te deseo ternura.
Paciencia.
Y paz.

Sé que te costará asimilarlo, pero tendrás la capacidad para quererte y permitirte ser.

Aprenderás a no enterrar tu curiosidad, sino a regarla y dejar que se expanda hasta lugares imposibles de imaginar.

Aprenderás que el cambio es algo natural. Sustituirás los potitos emocionales para sustentarte con alimentos adecuados al presente y tu realidad.

Aprenderás a cuidar de ti misme, no solo de tu cuerpo y de tu salud mental, sino de tus inquietudes y tu identidad.

Descubrirás poco a poco qué es lo que no quieres, que te ayudará a ponerle contorno a lo que sí. Que no todo está polarizado ni tiene que estar regido por la binariedad.

Te descubrirás entre el reflejo y el contraste con los demás, donde se encuentra tu familia y tu comunidad.

La compasión y la dulzura que mereces empezarán por ti y se propagarán con tu calidez y amabilidad.

Te preguntarás en algún momento de tu vida:  ¿Si tuviera un hueso roto, me metería prisa para que se curara y se soldara de una vez?

¿Me diría constatemente que no debería estar así, o trataría de darme el tiempo que necesito de reposo y recuperación para volver a funcionar?

Aprenderás entonces a identificar las voces externas que no se alinean con tus valores, a establecer límites y a priorizar.

Cada vez será más fácil vivir en tu cuerpo, reconociéndote en tus decisiones y en las personas que te hacen bien y las que no.

Te convertirás en la persona que siempre has querido, compasiva con tus miedos y los de tu alrededor.

Alguien que se escucha y ve más allá, con la capacidad de ser amade y de amar.

Aprenderás a verte a ti misme por quién eres, a responder a tus emociones y a reparar.

Sé que no me vas a creer, pero encontraremos nuestra historia. Volveremos a donde nacimos y a las personas de nuestro hogar. Ya lo verás.

Tu rostro y tu existencia empezarán a tener sentido. Te prometo que a pesar del miedo y la ansiedad, nunca habías sentido tanta paz.

Esta carta es para ti. Para que cuando lleguen los cambios que necesitas, no sean tan detonantes como los que vivimos nada más llegar.

Recuerda que estoy aquí, que te quiero y que no hay nada en este mundo que lo pueda cambiar.

Con amor, Andrea.

Aniversarios

Mi cuerpo recuerda

Hace siete años que me mudé a la ciudad de mi adultez, en la que aterricé huyendo de mi familia adoptiva y mi crianza.

Hace cinco años recibí la noticia de que mi madre estaba viva y se encontraba bien.

Saber por fin de ella fue una alegría y un alivio que producía terror, porque a la vez se abría la puerta para explorar el inmenso dolor, no solo de haberla perdido a ella, sino a mí también.

Hace dos años encontré a mi padre, de quien recibí sus rasgos, sus manos y su amor.

A lo largo de estos años no pude dejar de fijarme en los rasgos entre xadres e hijes. Poco a poco fui consolidando esta teoría de que las hijas primogénitas se parecen a sus padres físicamente. No siempre sucede así, sin embargo, esta percepción se confirmaba cada vez que leía sobre adopción, sobre personas adoptadas y sus primeras familias.

Se confirmó cuando me sucedió a mí.

Este fue el detonante para aprender a procesar sobre lo que me había sucedido. Así fue como elegí un camino diferente para mí.

Así fue como decidí cortar con mi familia adoptiva, para poder hacer espacio a mi historia y a lo que tanto tiempo había estado negando porque era demasiado doloroso entrar ahí.

Enfrentarme a mi propia pérdida.

Desde que me trasplantaron a esta nueva familia me quedé hueca por dentro. No tenía respuestas a las preguntas más básicas. Solo sabía que mi padre no estaba ya en este mundo y que mi madre era una persona sin recursos.

¿Pero qué era verdad?

Yo contaba mi versión de lo que había sucedido, pero solo la parte que los validaba como salvadores hacía que fuera parcialmente aceptable, por lo tanto, ¿por qué iba a creerme que mi padre de verdad había muerto? ¿O que mi madre nos quería cuando nos separaron?

A partir de entonces las medias verdades llenaron mi vida, todas ellas enraizadas en el miedo.

Sin identidad ni nada a lo que aferrarme, empecé entonces a vagar esa nueva vida en la que me habían metido con calzador, obligada a llenarme con los demás, a hacer de su reflejo, a sobrevivir rodeada de personas ignorando su propia soledad.

Me convertí así en la responsable de las emociones de otros. Me convertí en la acomodadora de las necesidades y medias verdades de los demás.

Así es como, a pesar de saber que mi padre no existía aquí y ahora, no pude llorarle.

Así es como, a pesar de saber que mi madre me dijo que nos quería y que no podía mantenernos porque no tenía ninguna ayuda, no pude más que odiarla porque nos había dejado ir.

Así es como pasé a interpretar una media verdad para mí.

Comencé a interpretar el papel que me habían asignado a pesar de que yo sabía que no era verdad. En algún lugar se había fijado que yo ahora era hija de estas nuevas personas, así que tuve que olvidar todo lo que recordaba si quería algo que se pareciera al amor.

Ahora me explico y entiendo todos los malabares que tuve que hacer.

Ahora entiendo la sensación fantasmal de mi propia existencia. Perdida en mi propia mentira.

Ahora entiendo el primer shock: descubrir que tenía una madre a la no me parecía a pesar de ser la única persona viva que me conectaba a este mundo.

Ahora entiendo el segundo shock: aceptar que realmente no volvería ver a mi padre a pesar de llevarlo conmigo en mi propio rostro.

Hasta que no obtuve prueba material y emocional de que todo esto había ocurrido y era una realidad, no entendía por qué tenía miedo a la oscuridad.

Por qué tenía miedo al cambio y a la separación. Al rechazo y a la soledad.

Por qué me duele tanto habitar mi cuerpo y por qué necesito escapar de él.

Por qué estar presente y volver a él requiere tanto esfuerzo.

Ahora entiendo por qué siento ese calor que inunda mi pecho y me nubla la cabeza. Por qué siento que voy a morir aplastada por el dolor.

Ahora entiendo que estar en mi cuerpo puede llegar a ser aterrador, pero que sobreviviré. Solo necesito recordarme que es normal sentirme así. Que el rechazo no es permanente y que la mayoría de las veces tiene que ver con la otra persona. Que soy responsable de contarme la verdad y que solo tengo que respirar.

Dejar que el dolor llegue a su pico y que vuelva a descender. Que ya no son otros los que cuentan mi historia.

Ahora soy yo la que la cuenta y con mi propia voz.

Todo ha cambiado

Y no ha hecho más que empezar

Antes de despedir este mes, aniversario de su muerte, y de enfrentarme al viaje de regreso a mis raíces, quería rememorar a mi padre. Ese al que nunca llegué a conocer y del que ni siquiera tenía recuerdo de su rostro, pero que siempre llevo conmigo, porque yo soy él y él soy yo de la manera más bonita e inesperada que ni en mis mejores fantasías podría haber llegado a imaginar.

Hace un año empecé a reconocer su pérdida después de haberlo encontrado a finales de 2020. Sentir por primera vez que había existido, después de tantos años de soledad y de una identificación a medias con todo lo que me rodeaba, hizo que despertase de golpe. Como de una pesadilla.

La sacudida y el susto fueron tal que rompí con todo. Los patrones y mecanismos que había estado usando para sobrevivir jamás me permitieron ver que había crecido sin mi padre ni mi madre. Había crecido con unas figuras parentales que pretendían mi independencia de todo el mundo salvo de ellos. No teniendo ellos mismos otros recursos que los que habían recogido de su propia crianza, jamás pude sentirme aceptada por ser quién era y mucho menos quererme a mí misma.

Esta lucha tan dolorosa por encontrar mi identidad y mi lugar en el mundo me han llevado a aprender a dibujar el contorno de lo que siempre había querido: poder separar mi propio bienestar emocional y físico del de los demás. La hipervigilancia, mi propia sobre protección y vivir en piloto automático me han arrastrado por años muy oscuros de mi vida y solo ahora empiezo a ver la luz.

A veces, al contar mi historia y al reflexionar sobre el proceso de sanación de mis más profundas heridas, hacía hincapié en que ya se venía cocinando. No hubo un super evento desencadenante de la separación. Más bien una acumulación. El desbordamiento mental y físico de mis propios límites. Sin embargo, al echar la vista atrás y recordar la primera vez que vi la foto de mi padre, sentí un alivio que solo lo puedo comparar con la impresión al meterse en el agua. Primero de shock. Después, una sensación de paz, de tranquilidad. De que todo está en su sitio.

Al ser una persona blanca adoptada por personas blancas, mi experiencia en muchos aspectos ha sido la de la asimilación completa debido a que no había ningún aspecto que nos diferenciase. El hecho de no pertenecer quedaba opacado por nuestras similitudes, creencias y gustos. Durante años me presentaba como persona adoptada sin saber muy bien por qué. Me presentaba así para diferenciarme, pero sin encontrar nada a lo que agarrarme al otro lado. Y el abismo que se presentaba ante no tener respuestas ni referencias de ningún tipo eran tan grande y terrorífico, que recoger la cuerda otra vez era más sencillo que desafiar todo lo que me habían contado.

La nada es el terror y la soledad la acompaña. Ambas tiraron de mí en mi despertar cuando por fin me enfrenté al dolor de crecer sin mis padres. Sin reflejos, sin historia, sin principio. Deseé con tantas fuerzas no sentir nada que no existir se convirtió en una posibilidad, una idea. Una ensoñación sobre como sería mi vida sin ese agujero negro que ha habitado en mí desde que tengo uso de razón. Desde aquél día en el que enterramos a mi padre. Desde aquel día en que mi madre nos dijo: «Vuelvo en una hora», y jamás regresó.

Sé que mi identidad no la conforma solo mi propia genética ni los parecidos ni la cultura con la que he crecido o de la que provengo. Soy todas esas cosas y ninguna a la vez. En cambio, afrontar el aislamiento que la adopción/este tráfico ha impuesto en mi vida, ha supuesto enfrentarme a mis propias emociones, con las que nunca había lidiado porque la supervivencia era el único fin. Regresar a Colombia significa enfrentarme a mis miedos y a todo lo que llevaba escondido todo este tiempo.

Ver una cara amiga, mi origen, fue abrir los ojos. Ver la cara de mi padre por primera vez fue como arroparme a mí misme. Rodearme de mi comunidad y los míos. El abrazo de mis ancestros. Todos llamándome para que mirara hacia dentro. Para que vivir en mi cuerpo doliera menos. Para que estuviera en paz conmigo misme. Para poder amar quién he sido durante todas las etapas de mi vida y crecer alrededor de todas las pérdidas que me han acompañado. Para aceptar que todas mis partes solo querían protegerme y que siempre he sido suficiente para mí.

El miedo se disipa poco a poco, pero ya no estamos soles. Ahora hay hueco para mucho más. Ahora soy yo mi propio reflejo. Todo este espacio que hay dentro es para mí.

I’m a teen again

Esto es por y para mí

Voy a compartir algo que nunca pensé que estaría preparada para hablar de ello en público. Tenía tanto miedo de enfrentarme a esta carga y pesaba tanto, que casi acaba conmigo. Hablar sobre mi historia de adopción y de crianza están tan interconectadas que en mi cabeza se confundían y no sabía como separarlas.

Una vez me tomé el tiempo para examinar ambas, cosa que no pude hacer mientras estaba sobreviviendo, he descubierto el daño que por separado han hecho cada una. Sé que no soy la única cuando hablo de estas experiencias porque esta ha sido la realidad para más personas adoptadas/desplazadas de las que me gustaría afirmar, y por ello me gustaría hacer saber a los que todavía están en proceso de nombrar y dejar salir todo el dolor relacionado con su familia adoptiva, no estáis solos.

A finales del año 2020 encontré a la familia de mi padre, después de haber hallado a mi madre sana y salva en febrero de 2018. Al encontrar al otro lado de la cuerda quiénes eran mi origen y mi reflejo algo se desbloqueó dentro de mí. Empecé a atar los cabos y a comprender lo cautiva que había estado durante todos estos años.

Para ello necesité el apoyo y la validación de personas que habían vivido lo mismo que yo y venían de circunstancias parecidas. Primero busqué grupos de personas adoptadas de Colombia y en enero de 2021 fue cuando compartí por primera vez parte de mi historia. La aventura y desgarro que había sido encontrar por mi propia cuenta y riesgo a mi familia.

Fue mi despertar. Darme cuenta de que había otros como yo me hizo comprender que había algo que no encajaba en la vida que había llevado hasta ese momento. Todavía sigo creciendo, definiendo mi identidad y explorando todos los aspectos que no pude siquiera prestarles atención porque había otro propósito en el centro de mi vida. Había otras personas que no eran yo.

Estos fueron mis padres adoptivos. Mi modo de supervivencia fue vivir para ellos y los demás. Tan aterrada estaba de encontrarme sola otra vez como me sucedió cuando tenía cinco años, que mi cerebro quedó programado para sobrevivir a toda costa, a cualquier precio, sin importar a lo que tuviera que renunciar.

Lo que no pude ver durante todos estos años es que el coste era mi identidad, quién soy y quién quería ser. Ahora me doy cuenta de todo lo que tuve que hacer para adaptarme a este nuevo entorno que se suponía era mi nuevo hogar.

En cuanto empecé a compartir mi historia descubrí que muchas otras personas habían acabado en familias adoptivas abusivas o que habían crecido rechazando su origen adoptivo y teniendo que cumplir el papel del hijo biológico de personas de las que no habían nacido, haciéndose cargo de las necesidades emocionales de los adultos. Una vez descubierta mi voz y lo que me había pasado no pude callar por mucho tiempo más.

Las cosas nunca habían ido bien en nuestra familia disfuncional, donde hubo maltratos físicos y psicológicos, favoritismos, triangulación para cambiar el comportamiento de alguna de nosotras o la estigmatización de la oveja descarriada simplemente por mostrar signos de independencia. Hacía ya tiempo que me había cansando de su manipulación a través del dinero o de cosas esenciales como el vestido o la comida o el chantaje emocional y la victimización. No conocían otra forma de relacionarse con nosotras, sin embargo, eso no les hacía menos responsables por todo lo que habían hecho y yo no pude soportar ni un segundo más la farsa que era llamarnos familia teniendo un vínculo tan traumático con ellos. Nunca llegué a vincularme emocionalmente con ellos, especialmente con la persona que necesitaba de forma acuciante que fuera llamada “mamá”.

Decidí entonces distanciarme de ellos. La comunicación era cada vez más escasa, hasta el punto de cortar cualquier comunicación directa. El paso para ofrecerme este espacio para mí fue a través de una carta que empezó por nueve páginas hasta llegar a las veinte. Comencé a escribirla en febrero y en marzo salió de mis manos. Las pesadillas no cesaron durante las tres semanas que tardé en tenerla lista.

Fue una liberación. Como deshacerme de un peso que llevaba a cuestas tanto tiempo que ya ni sabía cuando lo había hecho mío. Había vivido para ellos durante toda mi vida sin saber por qué. Ellos habían sido la fuente de reconocimiento y validez por tantos años que tomar ese lugar por y para mí desequilibró toda mi vida y todos los aspectos en los que habían influenciado de esa manera tan dañina. Religión, estudios, elecciones de pareja y amigos que me llevaban al extremo para poder reafirmarme.

Después de haber tirado del hilo, he desentrañado lo que hay detrás de todo este horror. Ellos también fueron producto de esta industria, al igual que las personas adoptadas. Los padres adoptivos son creados e incentivados en ese paradigma de que la autorrealización procede de tener descendencia, de que has de pasar tus valores o satisfacer las necesidades a las que uno no tuvo acceso a través de la siguiente generación. Que formar una familia es un deber y que los hijos son una extensión o proyección de los adultos y debemos cumplir la función de contentar a quienes nos han proporcionado la vida.

A pesar de ver estas realidades y haber apartado todo el odio y la culpabilización que sentí hacia mi madre durante todos estos años por nuestra separación, ahora estoy en el camino de aprender a ver a estas personas que me criaron como el producto que también son de esta cultura de la adopción. Una cultura que utiliza a la infancia para que nos convirtamos en consumidores en la parte privilegiada del mundo y no seamos malgastados en nuestros países o familias empobrecidas. Todos al servicio de esta industria, no de nosotros mismos.

Sin embargo, esta verdad no menoscaba el compromiso de estos adultos que debían cuidarnos y en cambio proyectaron sus propias inseguridades sobre nosotras. Su obligación nació de una elección y no me cansaré de repetirlo. A los hijos que crecen dentro de sus propias familias nunca se les exigirá que estén agradecidos por no haber sido abortados o abandonados. Nunca se les pondrá la carga para que elijan entre miembros de sus familias. Igual que una persona puede querer a más de un hijo, a ambos padres o a sus hermanos, las personas adoptadas tienen derecho a conocer y querer tener un vínculo afectivo con su primera familia. Basta de demonizar a quienes son parte de nuestra familia, porque eso nos demoniza a nosotros también y crecemos creyendo que no somos dignos del amor sino de la soledad.

Who am I?

Something is missing

He aquí la madre de todas las preguntas. He aquí la pregunta a la que no todas las personas adoptadas tienen acceso por la falta de información básica para siquiera empezar a contestarla. He aquí la respuesta interminable y en constante construcción.

Es una de esas preguntas que, si tienes la suerte de crecer dentro de una familia que respeta al niño y la persona que está enfrente de ellos sin intentar cambiarlo, no sin dificultades, podrás llegar a responder o al menos esbozar su contorno.

Cuando hablamos de adopción, sin embargo, nos enfrentamos ante una de las grandes incertidumbres en el desarrollo de la identidad que pueden llegar a experimentar las personas adoptadas, por la falta de esa información y de representación.

¿Y qué es la falta de representación cuando te ves forzado a crecer rodeado de personas que no se parecen a ti?

Es nada más y nada menos que la privación de poder verse a uno mismo fuera de la idea, imagen o papel que se supone que las personas adoptadas deben interpretar.

La visión que tiene la adopción es muy cerrada, restrictiva, que no deja espacio para otro tipo de vivencias ni el cuestionamiento de sus aspectos opresivos, incluidos padres adoptivos, trabajadores sociales, agencias de adopción y las entidades públicas que proporcionan las formaciones en adopción.

La cultura de la adopción se alimenta sola y es hora de hablar de como se nos representa en la sociedad. ¿Habéis oído hablar de las personas adoptadas fuera de la narrativa de la adopción que salva y está basada en el amor? ¿Habéis oído hablar de otra cosa que no sea la adopción como una forma más de crear una familia? ¿Alguien ha oído hablar sobre la adopción como evento traumático en la vida de un niño? ¿Alguien ha oído hablar de la abolición del actual sistema de protección de la infancia cuando hablamos de acogida y adopción? ¿Por qué será?

La realidad es que la falta de representación es la que impide que el cuestionamiento del sistema sea conocido por las mismas personas adoptadas y por la sociedad en general. Esto sucede precisamente por la retroalimentación polarizada y única que recibimos de la cultura de la adopción. Así sucede en el caso de la nula referencia a personajes adoptados, en el cine o las series, que no encajen con el agradecimiento total o el rechazo extremo y patológico al mundo adoptivo, incluyendo las películas de terror donde las madres de las personas adoptadas o estas mismas son caracterizadas como trastornados o entidades sin compasión.

¿Cuántas veces hemos visto que el personaje central sea una persona adoptada que critica el sistema? ¿O una trama en la que se cuestione este supuesto sistema de protección que separa familias? ¿O una historia que hable sobre reunificación sin demonizar a nuestras familias o sin poner en el centro los altos y bajos de las personas que deciden adoptar?

Hace poco fui al cine a ver “Madres paralelas”, de Almodóvar. Podía intuir que iba a tener una temática sobre adopción o intercambio de bebés. Al final resulta ser una cinta representativa de colectivos que en esta época y en otras no han sido tenidos en cuenta, como han sido el de las mujeres-madres trabajadoras, y en un segundo lugar, el de las personas que perdieron a sus familiares durante la Guerra Civil española. En esta película, las que ocupan un espacio primordial son aquellas que fueron dejadas atrás y que tuvieron que recomponerse tras todas estas pérdidas. Estas fueron las mujeres: parejas, madres, hijas y nietas de los hombres, padres, tíos y hermanos que fueron asesinados y desaparecidos durante el franquismo. Contar una historia como esta y empatizar con ella no nos resulta muy difícil, porque forma parte de la cultura y la historia de este país, donde la familia nuclear y tradicional ha tenido un peso muy importante.

Sin embargo, para hacer énfasis en lo que sienten sus protagonistas, se instrumentaliza un relato sobre adopción. Es posible que a primera vista no nos demos cuenta de lo que sucede, pero la crianza de la persona que no está relacionada de forma biológica con la protagonista es el hilo conductor que se utiliza para hablarnos sobre la pérdida y la memoria histórica. La empatía y la compasión que podemos sentir por esta persona adulta que no tiene referentes biológicos y a la que le faltan piezas de su propia biografía, es alentada a través de las narraciones de parientes y conocidos, a través de fotos, objetos y recuerdos sobre este antepasado que siempre ha sido anhelado y al que la mayoría de personas tiene acceso por haberse criado dentro de su propia comunidad y con todos sus familiares presentes de alguna u otra manera. Una familia como la de todas partes.

Y he aquí el quid de la cuestión. Estas mismas consideraciones no se muestran con la persona adoptada, que pasa totalmente desapercibida y solo es mencionada para hablar de como se siente la protagonista. Esta es solo una señal más de la negligencia y el poco cuidado con el que se tratan nuestras vivencias. Es irónico como en esta película se representa a estos colectivos a los que hago referencia de una manera exquisita, con una compasión y una lectura de la historia que termina con un plano final de los propios personajes puestos en el exacto mismo lugar de las personas desaparecidas. En cambio, esta empatía y saber ponerse en los zapatos del otro desaparece por completo cuando la persona adoptada es nombrada. Cuando la historia gira en torno a ella, las menciones son adulto-centristas, poniendo el foco en los sentimientos y las experiencias de la madre adoptiva, pero en ningún momento en los de la niña o el posible impacto de perder a su figura adulta de referencia y de cuidados, o de las consecuencias de la separación y reunificación con su primera madre. Estas referencias, por el contrario, sí que son tenidas en cuenta cuando esta madre adoptiva se ve desolada por la falta de validación de sus pérdidas y la ausencia de reflejo en relación a su propio padre al que nunca conoció o como le marcó no saber quién era su abuelo, desaparecido en la Guerra Civil.

He aquí mi pregunta, ¿por qué la separación familiar es usada en un sentido pero no en el otro? ¿Por qué las personas que son criadas por los miembros originarios de su familia obtienen este tipo de reconocimiento pero las personas adoptadas no reciben el mismo trato?

La separación familiar es usada a menudo y hasta la saciedad para evocar la simpatía y la empatía de los espectadores. Lo curioso es que este público parece comprender completamente el impacto de una pérdida tan profunda e íntima cuando está viendo una película o una serie, es decir, una ficción que no les toca de cerca. Sin embargo, en nuestro día a día esa compresión se pierde y se desvanece como la niebla y se convierte en algo más solido y parecido a una pesada lluvia de negación, empapada de condescendencia, falta de empatía, incredulidad, invalidación, ira y un largo etcétera. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué ha pasado entre ese momento de inmersión en la ficción y la realidad? ¿Qué nos impide ver la pérdida y la soledad que tienen que procesar las personas adoptadas y la invisibilidad en su entorno de crianza?

Arañando la superficie

Quizás, la expectativa y la esperanza estén en que en las películas o las series, la pérdida profunda de la familia se pueda arreglar en dos horas o temporadas máximo, donde el personaje principal acaba aprendiendo una valiosa lección, recibiendo además un bálsamo para su dolor y encontrando su final feliz. No obstante, la separación familiar en la vida real no funciona de esta manera y nunca lo hará. La pérdida no es una ficción de ciento veinte minutos o unos cuantos capítulos. Es un dolor de por vida que fluye y refluye. Muchas personas adoptadas acaban muriendo y las acabamos perdiendo por este motivo. El dolor de muchas de ellas a menudo se topa con este muro de invalidación y el paternalismo sobre como deberían sentirse en el mundo que les ha adoptado.

O quizás, cuando en la vida real alguien nos hable sobre la pérdida y lo corrupto de esta figura, nos enfrente con nuestro propio sistema de creencias, prejuicios o ideas preconcebidas sobre lo que es formar una familia, sobre crianza, la nuestra propia, o sobre otros modos con los que realmente contribuir a desmantelar estructuras opresoras que nos han beneficiado toda la vida: como es el privilegio de acceder al supuesto “derecho a formar una familia”, que se basa en el abuso de poder sobre nuestras primeras familias y las personas adoptadas.

Cómo vamos a responder a la madre de todas las preguntas cuando somos invisibles o constantemente invisibilizados por un sistema que favorece el privilegio de las personas que tienen más recursos que nuestras familias, que borra nuestras identidades para encajarnos en la familia adoptiva y la narrativa de la salvación. Cómo vamos a responder a esta pregunta cuando el objetivo no es la reunificación familiar, no son los recursos parentales o simplemente económicos para poder ser criados dentro de nuestro propio entorno, ni la prevención de la separación familiar o la educación en salud mental y las repercusiones psicológicas de esta a una edad tan temprana.

Esta comunidad que somos las personas adoptadas ha salvado muchas vidas, incluyendo entre ellas la mía. Lidiar con esta salida al mundo exterior con una nueva identidad y visión acerca de la adopción es traumática y re-traumatizante. Enfrentarse a las consecuencias de revisar lo ya vivido y darle un significado a la parálisis que es entrar a una nueva familia sin referencias de ningún tipo y la invisibilidad de nuestras luchas, no vienen solas. Durante muchos meses, incluido este, he sufrido de ansiedad y depresión, teniendo que lidiar con los síntomas del estrés post-traumático (C-PTSD) que producen revivir la separación y la pérdida de mi familia, además de los abusos y la crianza autoritaria dentro de una familia adoptiva que se supone debía cuidar de mí.

Este no es un camino fácil de recorrer, pero una vez que entras en él no puedes simplemente dar media vuelta. Dejar de habitar la superficie de las cosas o dejar de subsistir en piloto automático para comenzar a vislumbrar la persona que podría haber sido o que quiero ser, para mí ha significado empezar a vivir, no solo mi verdad, sino mi propia autenticidad, dejando atrás lo que ya no me sirve. Haber empezado a navegar estas aguas es mi nueva realidad y es algo de lo que no me arrepiento. Elegiría este camino una y otra vez.

Aún queda mucho camino por recorrer con el público en general, pero este dolor no se resuelve en dos horas. Para muchos, es de por vida y solo sé que esa empatía y compasión se podría utilizar de forma consciente y deliberada para escuchar a las personas que deciden compartir su historia y contar por qué cuestionan el sistema y sus herramientas, ese que se usa en pos de “formar tu propia familia”, con una visión donde las personas adoptadas son estigmatizadas si no se adhieren a la visión positiva de la cultura de la adopción.

CARTA II

A mi padre

Ojalá hubiera podido llegar a conocerte.


La primera vez que tuve acceso a mi expediente de adopción, fue uno de los momentos más intensos que he vivido desde que empecé a recorrer el camino de enfrentarme a esta experiencia de vida que han sido la pérdida y la separación de todo lo que había conocido.


En una de las entradas, una trabajadora social describía mi proceso de adaptación. Había anotado como por las noches me despertaba de pesadillas gritando y llorando, llamando por mi papá. Te acababa de perder para siempre dos meses antes de cumplir los cinco años. Cuatro meses después fui separada de mi mamá.


Viajando en el tiempo, tuvieron que pasar veintiocho años para conocer parte de tu historia. Para conocer el tiempo en el que formamos uno parte de la vida del otro.


Mientras crecía, soñaba despierta sobre qué podría haberte pasado y sobre cuánto nos habrías querido. Si todo habría sido diferente si no te hubiéramos perdido en primer lugar. Llegué a odiarte en algún momento por haber desaparecido de nuestras vidas. Llegué a no tener compasión por ti al haber nacido y crecido en una tierra empobrecida y desolada por el conflicto armado y la colonización.


Ahora que conozco tus últimos años de vida y puedo mirar atrás sin que duela tanto, entiendo por todo lo que tuviste que pasar. Y al igual que muchas historias sobre adopción, esta no es diferente cuando hablamos de separación. Sí, yo perdí a mi padre, pero podría haber sido criada por quienes te conocieron. Podría haber sido criada por nuestra familia. En cambio, fui cuidadosamente manufacturada como huérfana, como abandonada y adoptable, para mayor beneficio de los que se benefician de esta explotación.


Pero a pesar del dolor y de descubrir que no estoy sola en esto, al menos ahora puedo pensar en ti. Ahora cuando pienso en ti, papá, siento que pertenezco a este mundo. Antes de encontrarte me sentía a la deriva, como si hubiera perdido toda conexión. Me sentía flotando alrededor de la Tierra, con la cuerda que me ataba a ella cortada en dos. 


Sentía que no existía. Al encontrar a mamá no me vi reflejada en su rostro y su pesar por habernos perdido era tal, que no pude soportarlo, tan acostumbrada estaba a absorber los sentimientos de los demás para sobrevivir a la adopción. Desde que la encontré no dejé de preguntar por ti a pesar de que ya no estabas entre nosotros. No cesé en tu búsqueda. No cesé en poder conectar contigo de alguna manera. Pero el miedo estaba ahí también, agazapado. Si no me parecía a ella y no te encontraba a ti, ¿a quién me parecía yo? ¿A quién pertenecía yo? ¿Conseguiría algún día sentirme no como un fantasma sino como alguien real?


Desde que llegué al otro lado del océano, solo recuerdo una cosa claramente. Invisibilidad. Por fuera parecía que pertenecía a esta nueva familia adoptiva a la que me habían forzado a entrar, esa que tanto esperaba de mí. Esa que quería que cumpliera sus expectativas y que llenara el hueco del hijo que nunca llegaron a tener. Para sobrevivir y ser aceptada tuve que asumir ese rol que tanta aceptación me procuraba desde el exterior, pero que por dentro me comía y era mi borrador.


Recuerdo que cada vez que conocía a alguien, siempre me presentaba como persona adoptada. No había vez que no estableciera mi diferenciación. No conocía otra manera de identificarme. En mis recuerdos era consciente de que venía de otro lugar y que tenía otra familia, pero no sabía nada de ella. Cada vez que contaba que me habían adoptado me sentía un poco más cerca de los míos, pero siempre totalmente desconectada de mi historia, de mis ancestros y de mis sentimientos, pues no tenía respuestas ni puentes que pudiera conectar.


Cuando vi tu foto por primera vez, no sabes que sensación me recorrió el cuerpo. Por fin la cuerda que se había roto y que me conectaba a mi propia existencia se unió formando una sola. Por fin podía agarrarme a ella para sentir que podía volver. Por fin podía respirar. Había encontrado mi reflejo. Había encontrado mi origen. Ese eres tú papá. Con tu misma frente y mentón. Tu misma nariz y boca. Los mismos ojos, la misma mirada.


Qué alivio poder sentir que pertenecía a este mundo. Qué alivio poder contemplarme en el espejo y comprender finalmente por qué contaba cómo había llegado aquí. Necesitaba establecer una conexión con mi pasado y mi propia identidad, esos que con tanto empeño habían intentado hacerme olvidar. Pero cómo no iba a perseguir con todas mis fuerzas, esperando el momento justo, el regreso a mi hogar. Toda una vida de incertidumbre. Toda una vida sin saber quién era ni de donde procedía. Nunca más.


Por eso en este día, solo quiero celebrar que te he encontrado y me he encontrado. Que no volveré a estar sola nunca más, que este es mi viaje y que yo decido hasta donde llegar. Por fin mi vida está en mis manos y puedo mirar atrás sabiendo donde tuve que empezar.


Feliz cumpleaños, papá, aunque no estés aquí, conmigo siempre te voy a llevar.

What is wrong with you?

Esa no es la pregunta correcta

Esto es algo que me he preguntado toda mi vida sin llegar a obtener respuesta. Intentando saber dónde encontrarla o a alguien que pudiera ayudarme a responderla, me di cuenta de que no iba a obtenerla nunca, precisamente, porque no era a mí a quién debía hacérmela ni esa era la pregunta correcta. Y es que la respuesta no estaba en mí, aunque hubiera absorbido interiormente que el problema lo tenía yo por no conseguir adaptarme. No era a mí a quién debía cuestionar, sino a todos aquellos que me impusieron un modo de ver y vivir la adopción, a aquellos que no dejaron espacio más que para una sola visión y una sola familia.

Aunque mi vida representara ese ideal de lo que se supone que debo ser gracias a la adopción, jamás me he sentido cómoda en esa piel, en esta vida adoptada. Después de este largo recorrido que ha sido deconstruir todo lo que creía saber sobre adopción, solo puedo decir que, a pesar de ello, he sobrevivido, y continúo aprendiendo a hacerlo día a día. Porque haber sido adoptada y desplazada no es un suceso en un momento determinado del tiempo. Es para toda la vida. Es algo alrededor de lo que he aprendido a crecer. Algo que está presente y que simplemente no puedo ignorar. Es algo que está vivo y que ha requerido tanta energía que ha llegado a ser agotador incluso respirar.

No deja de fascinarme como se afirma que ser adoptado no es algo que deba definir nuestras vidas. Sin embargo, este tipo de afirmaciones solo confirman lo que ya he vivido en mis propias carnes, y es la falta de reconocimiento de todas nuestras pérdidas, no solo de nuestra familia, nuestra cultura, lengua, comidas, nuestra gente, sino de nuestra propia identidad; que siguen sin ser contempladas como tales, dejándonos en una lucha constante por subsistir en un mundo en el que solo existe la polarización: todo lo que tienes se debe a la adopción, sin ningún tipo de resquicio para la crítica. En mi caso y el de muchos otros, ha sucedido al revés: hemos sobrevivido a pesar de la adopción, no gracias a ella.

La posibilidad de negar o de hacer como que no somos conscientes de lo que ha significado esta experiencia no existe para algunos de nosotros. Es un privilegio que no forma parte de nuestras vidas. Sobrellevar el impacto psicológico que ha supuesto la adopción y el desplazamiento que ello implicaba no es algo a lo que muchas personas adoptadas puedan acceder, no solo por falta de educación sino por la propia invalidación que recibimos de forma generalizada por parte de la sociedad y las instituciones que se supone debían velar por nuestro bienestar.

No hay más que echar un vistazo al lenguaje que hay detrás de la adopción y sus herramientas legales. Cómo se habla de padres biológicos como si fueran simples portadores del material genético o se celebra el día de la adopción sin cuestionar el sistema que falsifica nuestros certificados de nacimiento o deja sin derechos de ninguna clase a nuestras primeras familias, empobrecidas y explotadas para suplir las necesidades del Norte privilegiado. Cómo se habla de experiencias positivas o negativas en la adopción como si debatir sobre la narrativa del agradecimiento y la salvación nos invalidara para ser escuchados.

Cómo las personas adoptadas deben establecer primero el afecto por su familia adoptiva antes de hablar de lo compleja que es su relación con ellos o para poder hablar realmente de lo que les preocupa acerca de la adopción. Cómo se nos cuestiona por querer tener una relación con nuestra primera familia. Cómo pueden pasar a ser simples desconocidos después de haber sido anulados de nuestras vidas.

¿Por qué simplemente no hablamos sin tapujos de lo que hay detrás de este sistema opresivo? ¿Alguien estará dispuesto a escuchar?

Por ejemplo, adentrémonos en esa polarización que obliga a las personas adoptadas a posicionarse acerca de su experiencia. ¿Os han dicho alguna vez aquello de «Solo hablas así de la adopción porque has tenido una mala experiencia»? Sin palabras. Sin espacios. Aquí solo cabe una versión de los hechos.

En base a ese razonamiento tan reduccionista debemos llegar a la conclusión de que el resto de experiencias en adopción tampoco deberían contar: a esos otros que han tenido una experiencia beneficiosa tampoco se les debería prestar atención precisamente porque solo han visto el lado bueno de las cosas. ¿Cuestionarían igual el sistema si hubieran tenido también una mala experiencia? ¿Hablaría así yo de la adopción si hubiera tenido una familia adoptiva respetuosa con mi identidad y mi origen? Entonces, por esta regla de tres, ninguna de nuestras experiencias debería ser compartida. No deberíamos tener voz. Ninguno de nosotros deberíamos ser tenidos en cuenta porque unos hemos sido cegados por el lado que brilla y otros porque nunca hemos llegado a ver la luz. Y vuelta a empezar, el cuento del eterno niño-adoptado, sin posibilidad de crecimiento y siempre bajo el ala sobreprotectora de la adopción.

¿Es justo esto entonces? NO. Claro que no. Ahí es donde radica el problema y la contradicción, incluso cuando esa experiencia de vida como persona adoptada ha sido en un ambiente respetuoso de su procedencia o incluso cuando significó un cambio sustancial que implicaba la vida o la muerte. Sin embargo, no debemos olvidar que en la actualidad la realidad sigue siendo esta. La adopción es una lotería, una donde puedes acabar en una familia adoptiva que respete que perteneces a otra familia y que esté dispuesta a entender lo natural de querer saber tu origen, a quien te pareces y por qué no has podido ser criado con ellos. O todo lo contrario, acabar en un lugar donde debas sucumbir a encarnar el papel del hijo biológico de personas de las que no lo eres y cumplir sus expectativas para ser aceptado. Donde unos han acabado en hogares llenos de amor y aceptación, otros hemos acabado en familias abusivas y maltratadoras, en las que hemos tenido que hacernos cargo de las necesidades emocionales de los adultos que se supone debían cuidar de nosotros.

La polarización reside precisamente en que para que algunos de nosotros pudiéramos tener acceso a todos esos recursos económicos y emocionales que tanto impacto han tenido en nuestras vidas, muchos otros tantos hemos tenido que vivir una pesadilla de la que parecía imposible despertar. El problema reside en que todas esas experiencias que llamamos positivas son un privilegio al que no todos hemos tenido acceso y que además se han construido sobre un sistema opresivo que sigue utilizando herramientas que silencian y borran las voces de las personas adoptadas.

El privilegio de unos ha sido construido sobre el abuso y la opresión de otros. El hecho de que se nos aliente a dejar el pasado atrás con el argumento de “Quédate con el lado positivo o bueno de las cosas” ha implicado hacer a un lado a todos aquellos que no han vivido esa experiencia. Ha implicado silenciarlos. Ha significado el aislamiento para que no molestaran y que solo se pudieran oír experiencias que no cuestionan el sistema. ¿Es que acaso es más reconfortante saber que para que algunos pudieran ser cuidados otros tuvieron que sufrir? Ha significado también perderlos. Las personas adoptadas se siguen encontrando en una crisis vital. No solo de identidad. No solo en su salud mental y emocional. Las personas adoptadas que hemos perdido a causa de las autolesiones, la depresión, la ansiedad y la soledad por no verse representadas son la prueba de que hay algo podrido en la adopción. Hay algo que no funciona bien. Y no somos nosotros.

Para que los que vienen detrás no tengan que ver sus vidas cercenadas y puedan tener derecho a ser criados dentro de una familia, el sistema tiene que cambiar y no podrá ser posible si no se habla de lo que hay debajo de la alfombra. Lo que llevamos por tanto tiempo callando y escondiendo. La adopción es un sistema adulto-centrista tal y como está planteado. Es validante del adulto que quiere formar una familia y es un parche, una tirita que no se ocupa más que de los aspectos superficiales de la crianza, que deja de lado el desarrollo emocional y de nuestra identidad, especialemente cuando cualquiera puede acceder a la adopción para satisfacer sus necesidades de crear su familia sin tener en cuenta que nosotros tenemos nuestra propia ascendencia y nuestra propia historia.

Por otro lado, no es de extrañar. La adopción sigue vendiéndose como un tipo más de familia o una forma de ampliar la ya existente cuando los lazos con nuestra familia son cortados de raíz, cuando nuestra historia es ocultada, cuando nuestros certificados de nacimiento son falseados para que la píldora sea más fácil de tragar. ¿Cómo vamos a ayudar a las generaciones siguientes a vivir en sus cuerpos cuando todos los mensajes son de sumisión al mundo adoptivo? Este sistema necesita ser derruido y tirado abajo. Necesita ser construido de cero y con las personas adoptadas en el centro, porque lo que hay ahora no nos ayuda. Nunca nos ha servido a nosotros, solo ha servido a la parte privilegiada y poderosa de esta relación y eso debe terminar.

Este sistema no está hecho ni pensado para nosotros. Nosotros no somos los defectuosos. Llegar a ver esto no ha sido fácil. Y esto ahora lo sé después de años negándome a mí misma. Ahora lo sé. No hay nada de malo en mí. Por fin algunas de mis partes pueden descansar. Por fin mi yo de siete años aterrorizada o mi yo adolescente siempre enfadada, ya no tendrán que salir a protegerme o a enfrentarse al mundo para defenderme cuando alguien afirme aquello de «Vives en el pasado», cuando decida hablar de lo que he vivido. El problema no está en ti, está en el sistema corrupto de adopción que permite, aunque afecte a uno solo de nosotros, que los niños entren a formar parte de estructuras familiares que no están preparadas para criar a hijos de otras personas.

Adoption, give me a fuckin break

¿Cuántas pérdidas más me sobrevivirán?

Aparte de la pérdida de mi identidad y todo lo que podría haber conocido.

Aparte de la pérdida de mi cultura, la de mis ancestros y los que vendrían detrás.

Aparte de verme reflejada en la boca, la nariz y los ojos de mi padre.

Incluso en su frente y su mentón.

Aparte de las caricias y el cuidado de mi madre.

Incluida su fortaleza y su inteligencia emocional.

Aparte del acento de mi gente.

Incluido su sentido del humor y su manera de demostrar amor.

Del olor y del sabor de nuestra comida.

De la historia de opresión que me vio nacer.

De los gritos de otros niños como yo.

De la persona que podría haber sido.

No solo allí.

Aquí también.

Si me hubiera podido quedar.

O hubiera vuelto sin tener que mirar atrás.

¿Cuándo se va a acabar este pozo sin final?

A lo mejor no existiría si nuestra reunificación hubiera sido el objetivo.

O si no nos hubieran separado, traficado y borrado de la faz de la tierra.

Me vuelvo a recordar.

Cuántas veces más tengo que acompañar a mi yo de siete años por este camino de soledad.

Llorando por su papá y su mamá.

Llorando por la familia que podría haber tenido al llegar.

También llora por la familia de aquí, no solo la de allá.

Quiénes son estas personas.

¿Me aceptarán algún día?

Algún día lo harán.

O no.

Y vuelta a empezar.

Recientemente he encontrado su foto, de cuando hacía cuatro días de la confirmación de eso que llaman adopción, con sus ojos llenos de pesar .

Ha perdido tantas cosas, que ya no las podemos ni contar. Por delante queda un largo camino, pero mira todo lo que hemos recorrido. Ya no estarás sola nunca más.

May 15th: Unbirthday

Origen incierto

Cuando nuestra historia es desconocida, cuando no tenemos conexión con este mundo a través de nuestro origen, cuando el comienzo es doloroso y no sabes siquiera POR QUÉ.

Vivir sin saber de quién, ni cuándo, ni cómo llegamos puede llegar a ser traumático a tantos niveles…acompañemos y hagamos espacio para quienes estamos en proceso de cuidar de nosotros mismos compartiendo nuestra verdad.

You’re not alone.

Her Place

** TW: mention of mental health and suicidal ideation

Unbirthday?

*un: opposite of the original

PSA for all: I don’t celebrate my legal birthday. No, I didn’t want you to remember, so don’t feel bad for not knowing. It’s actually just preferred that it’s just like any other day. Of course when I was a child, there were many things I loved about my birthday: presents, cake, attention. I was someone in love with being loved. But through the years, I’ve noted a disdain that I can’t seem to shake.

Today I received a message from my mother that said, «happy unbirthday. I love you and can’t wait to see you soon.» Something about that made me feel content; a name for the day I’ve been completely dodging for the past few years. Truthfully, it’s not my birthday. It’s a legal date to be recognized as my date…

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